Del 14 al 28 de julio pasado realicé un viaje a Islandia, a la parte sur de la isla, que incluyó también la visita a la islita de Hameney, única habitada del archipiélago de las Vestman que tiene otras 15 islas más, todas milagrosamente alineadas en la dirección NE-SO.
Tuve conocimiento del viaje a través de la página web de la aepect, la Asociación Española Para la Enseñanza de Ciencias de la Tierra, de la que soy socio y en la que se puede consultar el itinerario. (http://www.aepect.org/Islandia_Geologia_2012.pdf).
Como puede verse en el anterior enlace, se trató de un viaje organizado por una empresa privada, pero que por su interés geológico, fue incluido en la página web de la asociación.
El itinerario fue diseñado por el profesor de Geología de la UNED Manuel García Rodríguez que nos acompañó como guía científico. Formábamos el grupo 13 personas, de las cuales 11 íbamos como ‘turistas’, además estaba Manolo, el profesor guía y geólogo y Manu, un joven bombero abulense que hacía de conductor del minibús (una furgoneta Mercedes) de 14 plazas y que además era el cocinero del grupo.
La dinámica del viaje era sencilla y eficaz: todas las mañanas, sobre las 8,30 h. desayunábamos en el hotel/albergue un abundante desayuno preparado por Manu.
Inmediatamente preparábamos la comida que consistía en una sopa de sobre, un par de bocadillos en pan de molde y una pieza de fruta e iniciábamos la ruta.
Íbamos parando cuando el paisaje lo requería o había un punto de interés geológico y comíamos en ruta la sopa y los bocatas. La comida estaba siempre programada en algún hermoso lugar que requería interpretaciones científico-geológicas para lo que Manolo siempre llevaba su cuaderno dispuesto. Algún día nos tocó comer en el interior de la furgo porque llovía con obstinación. En función del programa, después de comer visitábamos algún otro punto de interés o nos dirigíamos al siguiente lugar de descanso donde había que llegar antes de las ocho. Manu tenía que hacer la cena mientras nos acomodábamos para pasar la noche. Como la comida no era abundante, las cenas solían ser copiosas y sabrosas. No sabíamos muy bien de dónde sacaban tanta variedad de comida, pero los dos Manus, de vez en cuando, desaparecían para ir a rellenar las cajas de comida que portábamos, junto con las maletas, en el remolque de la furgoneta.
1. Aspectos generales.
Islandia tiene 100.000 km2 y 300.000 habitantes y en los últimos 100 años su población se ha multiplicado por 5. Hasta allí llegó, aunque con cierto retraso, la peste negra que asoló a Europa en el medievo y que provocó miles de muertos, aunque la mayor crisis demográfica fue la que siguió a la erupción de los volcanes de Lakajicar. Entre 1783 y 1784, la lava salía por 100 bocas alineadas en el conjunto fisural de la dorsal. Especialmente los gases tóxicos acabaron con miles de personas, de animales, de plantas y muchos de los que se salvaron se vieron obligados a emigrar, especialmente a Canadá. La población se redujo a unas 15.000 personas. Hay historiadores que relacionan esta catástrofe con la Revolución Francesa. Hasta el sur de Europa llegaron la nube tóxica y las cenizas, que empobrecieron más a una clase social ya especialmente castigada.
La actividad de sus 200 volcanes ha elevado el fondo marino hasta la formación de la isla hace unos 6 millones de años. Hasta el final del último periodo glaciar, hace unos 10.000 años, estaba cubierta por un enorme casquete de hielo, bajo el cual erupcionaban los volcanes. El paisaje de hoy ha sido moldeado por la acción de los ríos que llevan el agua al mar y de la actividad volcánica, que ha rellenado cientos de valles con coladas de lava, algunas de ayer.
El mapa geológico simplificado muestra el camino que sigue la dorsal, alineada en la dirección NE-SO y marcada especialmente por las erupciones volcánicas debidas al punto caliente que está justo debajo y que la comunica con el manto terrestre. Dos aspectos son dignos de ser mencionados. El primero es que apenas hay tierra formada por sedimentos, sólo una delgada franja costera formando un precioso sandar de arenas y piedrecitas oscuras (de azul claro en el mapa) que han sido trasportadas por ríos que no acaban de definir su cauce. Y el segundo aspecto es que, como puede verse, aunque sólo sea por los colores en el mapa, cuanto más nos alejamos de la dorsal, mas antigua es la tierra que pisamos. Como la isla se acabó de formar hace 6 m.a., todo es joven. No hay pliegues, ni fallas directas ni invertidas, y lo más antiguo está debajo de lo joven y más alejado de la dorsal. Es el lugar ideal para disfrutar de la geología los recién iniciados.
2. La dorsal atlántica.
Poco antes de iniciar mi viaje, Fernando Vázquez, geólogo compañero en el IES Giner de los Ríos y que ya conocía Islandia, me escribió un correo con este mensaje: Wegener viajó por todas partes queriendo entender algo. Tenía que haber ido a Islandia.
Lo cierto es que cuando el día 16 de julio nos acercamos a la zona de Pingvellir y en paradas sucesivas Manolo nos iba contando lo que estábamos viendo, recordé las palabras de Fernando.
Profundas grietas se alinean en la dirección NE-SO. Es emocionante el espectáculo de contemplar las dos placas, que se separan a casi 3 cm por año. El paisaje era hermoso, en un día soleado, pero su belleza estaba agigantada por el aporte del conocimiento científico, de saber interpretar lo que estás viendo. Por cierto, en este lugar se reunió el primer parlamento de la historia, allá por el s. IX, cuando los primeros colonizadores de la isla (noruegos que se asentaron en esta zona sur por el año 870) se reunían en este lugar para dirimir sus problemas de tierras y de lindes.
En la misma zona, sobre la dorsal, está Geysir, con su géiser que ‘eructa’ cada pocos minutos y de forma caprichosa agua caliente del interior de la tierra y la proyecta hasta 20 m de altura.
3. El interior. Landmannalugar.
Introducirse en el interior, es penetrar en una zona semidesértica y deshabitada, y así es casi el 70% de la isla, con volcanes alineados en la dirección de la dorsal y laderas de musgos que luchan por colonizar un suelo de piedras oscuras de basalto con pinceladas rojas de óxidos de hierro. No hay caminos asfaltados y hay que vadear los infinitos riachuelos que llevan el agua de los glaciares y de los neveros hacia el mar. Pasamos dos noches en refugios y nos bañamos en pozos naturales de aguas cálidas y sulfuradas, que dejaban la piel suave aunque con olores fétidos. Mientras, fuera del agua, lloviznaba y el agua lavaba coladas de lava obsidiana, brillante y recién salida del interior de la tierra.
Montañas volcánicas ocres, con ríos de curso indefinido (ríos braided). Landmannalaugar.
Son frecuentes los manantiales de aguas termales y los vapores acuosos que salen del interior de la tierra y nos dicen que debajo de nuestros pies todo está agitado y caliente. Los islandeses han aprendido a usar esa energía geotérmica y en todos los hogares de la isla es gratis la calefacción de origen geotérmico. Por eso no importa demasiado mojarse durante el día. En todos los hoteles hay calefacción, con radiadores que se regulan a voluntad, y que te permiten secar la ropa en poco tiempo.
Landmannalaugar es un territorio de contrastes en el paisaje. Lo más espectacular son las coladas de lava, todas basálticas y recientes, que aparecen de pronto cubriendo cualquier valle y que poseen formas y delimitaciones precisas. O los ríos braided de cauces todavía sin definir que están siendo objeto de intenso estudio. Tal vez haya un modelo matemático al que se ajusten.
Las montañas volcánicas, que crecieron bajo el casquete de hielo que cubría toda la isla hasta hace apenas 10.000 años ofrecen un paisaje plagado de colores, en función de la composición del material volcánico expulsado. Oscuras si es basalto alcalino, con colores ocres si es andesita o riolita, más ácida y viscosa, como la de la foto, en la que también se aprecia los braided.
4. El archipiélago de las Vestman. La isla de Heymaey.
Es la única isla habitada del archipiélago. Lo primero que sorprende al llegar en barco al puerto es la inmensa colada de lava que milagrosamente se interrumpe a escasos metros del mar. Proviene de una montaña no muy lejana y limita en una recta casi de tiralíneas la parte este de la ciudad, una ciudad de casas prefabricadas, como casi todas las de Islandia, asentada en una suave colina que termina en el puerto.
Mereció mucho la pena el largo paseo que el día 26 nos dimos por la isla, de unos 14 km2 de superficie y a la que bordeamos por completo. Siguiendo la colada de lava, subimos hacia el volcán Eldfell de 200 m de altura, cuya erupción en 1973 hizo crecer la superficie de la isla en 1/3. Quedan todavía muchas huellas de la erupción que es recordada sobre todo por la resolución y el valor mostrado por sus habitantes que les permitió detener la lava antes de que enterrase casas y cerrase el puerto, única comunicación con Islandia de la isla Heymaey. No hubo ningún muerto y pocas casas enterradas por la lava.
Varios compañeros biólogos hicieron miles (¡sí, miles!) de fotos a colonias de frailecillos que pescan en el mar y descansan en unos acantilados jóvenes, nada consolidados, que se deshacen literalmente.
Su puerto, como el de Hofn, o el de Reykiavik, es un ejemplo de uno de los pilares de la economía de Islandia.
Se pueden ver barcos de pesca de todos los tamaños, magníficamente equipados y enormes naves comerciales en las que entran y salen camiones con contenedores para el pescado. Todo nos habla de una industria muy tecnificada que explica que, a pesar de la profunda crisis financiera que asoló Islandia en 2008 (el director del banco nacional está ‘en busca y captura’), su economía está creciendo ahora al 4%. (Eso sí, se han negado a pagar a bancos holandeses y alemanes 4.000 millones de €. Por ahora).
5. Glaciares y volcales. Hielo, fuego… y mar.
Tuvimos la ocasión del bordear los glaciares del sur de la isla:
El Eyjafjallajökull. En el 2010, su erupción provocó cierto caos aéreo en el sur y oeste de Europa. Nos acercamos a una de sus lenguas, todavía oscura por la ceniza y con un retroceso de varios kilómetros respecto al 2006, año de edición del mapa geológico que llevábamos. ‘Tal vez el retroceso se deba a la actividad volcánica’, se comentaba. Era la primera lengua glaciar de las 8 que tuvimos ocasión de ver.
El Myrdalsjökull, que se proyecta hacia el sur por una lengua, Solheimajöjull, por la que se puede dar una paseo de cuatro horas, con guías y crampones, que te lleva al corazón del glaciar. No dimos el paseo, pero nos bañamos en una poza de agua termal natural, en un valle próximo, en la que el agua brotaba a una temperatura no soportable.
El Vatnajökull, el mayor de los glaciares, con una superficie aproximada de 10.000 km2, la décima parte de toda la isla. Por el glaciar asoma el pico más alto de Islandia, casi como Peñalara, y deja caer sobre el mar varias lenguas glaciares espectaculares.
En especial la que forma la laguna glaciar de Jokullsarlön, comunicada por el mar por un estrecho canal natural que permite que al mar lleguen los bloques de hielo que se desprenden de la lengua. Al llegar al mar, mientras la marea baja, una corriente de deriva los reparte por una playa de arena negra y fina a lo largo de varios kilómetros formando un espectáculo sobrecogedor.
La contemplación de este lugar, (en el que además se pueden ver focas en el lago glaciar, al que llegan aprovechando la subida de la marea), fue lo más impresionante del viaje. Cualquier mirada se paralizaría ante tanta belleza. Y la mía, que estaba acompañada por una explicación detallada de todo lo que se observaba, hacía que se mezclase la belleza del lugar con una realidad tozuda: el lago se ocultaba tras enormes morrenas, laterales y frontales, que hablaban de un pasado en el que el retroceso de la lengua había sido lento, que se había iniciado hace 10.000 años, cuando comenzaron a retirarse los hielos, pero en este momento la lengua que alimenta el lago retrocede, como todas las que habíamos visto antes y veríamos después, a un ritmo alarmante. Nuestro profesor geólogo nos dice que los glaciares de la isla retroceden una media 100 m al año. ¡Y eso es una barbaridad!
Uno de los días que merodeábamos el Vatnajökull, comimos en la morrena frontal de otra de las lenguas glaciares del inmenso glaciar. A nuestro lado, un grupo de adolescentes, también sentados en el suelo, no miraban el espectáculo y se afanaban en teclear el smartphon a vertiginoso ritmo, como a todos nos resulta fácil imaginar. Cuando acaben de teclear, pensé, habrán desgastado los dedos y se habrán quedado sin hielo. Entonces, tal vez sea demasiado tarde, no se si para los dedos, pero sí para el hielo y… para la tierra.
Mientras tanto, se puede contemplar este espectáculo único que combina el hielo, el agua y el mar. De vez en cuando, se une el fuego al espectáculo y provoca enormes riadas de hielo, barro y lava que lo arrasan todo y exige coordinación y esfuerzo colectivo para evitar víctimas, arreglar los desperfectosy volver a empezar.
6. Reykiavik
Es una ciudad de unos 100.000 habitantes, extendida en una gran superficie y hecha de casas prefabricadas. Tiene una inmensa catedral, pero sobre todo una piscina olímpica, de aguas termales, al aire libre donde se agradece que llueva, como hizo el día 15 de julio, primer día de viaje. Completan la instalación varios jacuzzi de aguas a 38, 40 y 42º, a elegir y también al aire libre y una sauna de vapor con olor a azufre. Volvimos a disfrutar de ella el último día del viaje. Inolvidable.
¡Imperdonable! Se me olvidaba las cascadas, abundantes e impresionantes y destaca sobre todas la de Svartifoss, en la que el agua se precipita sobre basaltos con disyunción columnar, formados por enfriamiento diferencial de inmensas coladas de lava.
Ahí van dos fotos de la cascada.
Rafael Calderón Fernández. Profesor de Física y Química del IES Giner de los Ríos, Segovia.