En el mundillo de la montaña y del alpinismo, las frases que empiezan por «La norte de…», referidas a las vías o escaladas de las caras o vertientes septentrionales de montañas míticas (como el Everest, el Eiger, el Cervino, Vignemale…), vienen envueltas en un halo de épica y aventura, asociado a las condiciones meteorológicas en el invierno del hemisferio norte.
En el caso de la cara norte, o mejor dicho noroeste, de nuestra montaña más alta, Peñalara, no tiene ese halo mítico asociado a las ascensiones o la dificultad de su escalada. Pero sí que tiene, para tod@s los segovian@s, un valor simbólico y emblemático, porque es el decorado de nuestra vida, que siempre buscamos con la vista en el horizonte de la Sierra cuando viajamos, cuando nos vamos o cuando volvemos.
Por ello, desde Geología de Segovia queremos explicar a l@s segovian@s y público que nos visita, el porqué de la fisonomía de esa montaña icónica del Guadarrama, y cómo se han formado sus elementos y relieves, que muchas veces llaman a atención de propios y extraños; como esa especie de ‘arañazos’ o regueros verticales y oblicuos que se distinguen en las pedreras, incluso cuando están cubiertos por un manto de nieve.
Peñalara noroccidental como lugar de interés geológico
La vertiente noroccidental del pico Peñalara (2428 m s.n.m.), a pesar de su aparente simplicidad topográfica (ladera de perfil rectilíneo, ligeramente cóncavo) y la monotonía geológica (ortogneises glandulares cubiertos por un manto de meteorización y un coluvión cuaternario), al menos en comparación con la vertiente oriental, realmente tiene una complejidad morfogenética que, observada en detalle, le hace merecedora de ser inventariada como lugar de interés geológico, de tipología geomorfológica.
Efectivamente, las formas del terreno y los depósitos detríticos cuaternarios que ocupan la vertiente noroccidental del pico Peñalara son resultado de la confluencia y sucesión espacio-temporal de procesos geomorfológicos fluviales-torrenciales, glaciares, periglaciares y lacustres-palustres a lo largo del Cuaternario hasta la actualidad.
Tras la elevación del conjunto de macizo de Peñalara en la orogenia Alpina (Paleógeno-Mioceno) mediante sistemas de fallas inversas, cizallas y fallas verticales, que lo articularon en bloques levantados a diferentes altitudes (pop-ups), quedaron expuestos mantos de meteorización (algunos de origen incluso pre-Cretácico) y bandas de trituración tectónica en las zonas de fracturación. Los procesos de arroyada concentrada actuaron en los flancos de los bloques, preferentemente en esas zonas meteorizadas, generando cabeceras torrenciales de morfologías subcirculares. Estas cuencas torrenciales facilitaron la acumulación de nieve en las etapas y pulsos glaciales del Cuaternario y posibilitaron la transformación de la nieve en hielo glaciar. De esta forma, al menos durante las últimas fases glaciales del Cuaternario (denominadas Riss y Würm en la antigua terminología alpina), las cabeceras torrenciales estuvieron ocupadas por nichos de nivación y glaciares de ladera. Quizás los glaciares de ladera partieran de una montera glaciar que ocupaba la zona de cumbres del macizo, como ocurría en otras sierras del Sistema Central. Mucho se ha escrito y discutido sobre la posible existencia de un gran aparato glaciar, o no, en la vertiente noroccidental de Peñalara. Hay autores que se decantan por un gran glaciar de ladera cuyo circo y formas erosivas estarían hoy en día enterradas bajo los canchales y derrubios periglaciares. Mientras que otros autores afirman que la orientación noroeste de esta vertiente, con mayor insolación vespertina (muy efectiva en la fusión nival), junto a los vientos ábregos que desplazaban la nieve hacia la vertiente suroriental, supusieron una limitación al desarrollo del glaciar en la vertiente noroccidental.
En lo que sí que están de acuerdo es que durante las etapas finales de la última fase glacial (asimilable al Würm), sólo quedaron pequeños glaciares y nichos de nivación, de tipo circo de alta pendiente o ladera. En la vertiente septentrional de Peñalara correspondería al pequeño circo hemiesférico situado bajo Dos Hermanas, entre Majada Hambrienta y el Chozo Aránguez, que conserva el escarpe de coronación, umbrales rocosos escalonados y hasta unas pequeñas morrenas frontales. La orientación de este pequeño circo hacia el norte y no hacia el noroeste como el conjunto de la vertiente, hace que la hombrera de Dos Hermanas genere sombras vespertinas, facilitando la acumulación y no fusión de la nieve, y la formación del glaciar. Aún hoy en día en esta posición se ubica en primavera un nevero semilunar que es el último en fundirse todos los años a finales de primavera.
Una vez desaparecido el hielo glaciar, los procesos periglaciares nivales y asociados a los ciclos hielo-deshielo dieron el relevo a la morfogénesis glaciar. De esta forma, los escarpes de cabecera de los antiguos circos y nichos, ocupados por afloramientos de rocas (tors, localmente llamados peñas y riscos), sufrieron intensa gelifracción y crioclastia, que fueron acumulando en la ladera conos y mantos de derrubios periglaciares, de cuya coalescencia surgen los canchales o pedreras, tan característicos de esta vertiente. Del mismo modo, en las zonas más llanas como los fondos de los antiguos circos y nichos o los cordones morrénicos, actuaron la gelisolifluxión y la crioturbación, produciendo lenguas y lóbulos de solifluxión, suelos estructurados, céspedes almohadillados, guirnaldas y otras formas bajo, en y sobre el suelo. También en estas zonas llanas, entre las pequeñas elevaciones de los cordones morrénicos y lóbulos periglaciares, se generaron cuencas endorreicas de dimensiones deca- a hectométricas, donde se acumulan las aguas de fusión nival y la arroyada circundante, dando lugar a pequeñas lagunas y charcas. Los procesos lacustres y palustres en estas pequeñas cuencas han acumulado en el lecho de las zonas encharcadas secuencias alternantes de depósitos detríticos (gravas, arenas, limos y arcillas) y organógenos (turbas); que en ocasiones han llegado a colmatar las charcas y las cuencas endorreicas, formando praderas de céspedes almohadillados (conocidos localmente como tollas, paulares o trampales).
Toda la secuencia de procesos geomorfológicos torrenciales, glaciares y periglaciares se prolonga hasta la actualidad, cuando los todavía activos procesos nivales (incluidas pequeñas avalanchas y aludes con eficacia morfogenética) y de crioclastia, coexisten con los procesos mixtos gravitacionales-torrenciales que retocan las formas precedentes. Entre estos procesos torrenciales destacan los flujos de derrubios (debris flows), que combinan movimiento en masa en cabecera (deslizamiento superficial), con el desplazamiento de flujos hiperconcentrados en las zonas canalizadas. Es lo que localmente se conoce como roturas de vejigas o ampollas. Las vaguadas de la vertiente septentrional de Peñalara por las que suelen discurrir este tipo de fenómenos tienen unas formas características, como canales rectilíneos incididos en el manto de meteorización, flanqueados por diques naturales o malecones (levees), con conos y lóbulos al pie. Algunos de estos canales de flujos de derrubios están desconectados de la red fluvial y otros han sido ‘capturados’ por los barrancos en erosión remontante. La más antigua documentada se produjo en el año 1540, tras una tormenta estival que movilizó grandes bloques y árboles, narrada por Colmenares en su Historia de Segovia (1620). El último fenómeno de flujo de derrubios de importancia en la vertiente noroccidental de Peñalara del que se tiene constancia ocurrió a principios de la década de 1960, y de él queda la cicatriz del canal en el que aflora el coluvión y el manto de meteorización anaranjado, bajo la ladera entre el Cerro de los Claveles y el Risco de los Pájaros, en la parte nororiental de la ladera. De ello ha quedado constancia documental por los testimonios de los trabajadores del pinar en su revista Gabarreros, que se edita en Valsaín.
Todas estas formas y depósitos se pueden observar y reconocer dispersas en diferentes lugares de la vertiente septentrional. Pero un lugar óptimo de observación por concentrar varias morfologías torrenciales, glaciares, periglaciares y lacustres, es el entorno del denominado Chozo Aránguez (o Casa del Pastor). Se trata de una cabaña originalmente empleada por los ganaderos para pernoctar en altura, que en la actualidad se utiliza como refugio de montaña habilitado. Se sitúa a una altitud de unos 2000 m en el borde de un replano u hombrera en la base de la vertiente septentrional.
En un radio de un kilómetro desde este edificio se puede reconocer los siguientes elementos de interés geológico:
- Circo glaciar de Majada Hambrienta (o de la fuente del Intendente), bajo la alineación de Dos Hermanas, con sus característicos umbrales internos y morrenas frontales.
- Los cordones morrénicos y lóbulos de solifluxión escalonados, ocupados por vegetación arbórea (pinos silvestres), y separados por praderas y arbustos.
- Los canales de flujos de derrubios, con sus característicos diques naturales y los conos de derrubios en la base.
- Las charcas y zonas palustres con formación de turbas y depósitos detríticos; algunas colmatadas con canales meandriformes de alta sinuosidad.
Además de todos estos elementos geomorfológicos, en este lugar de interés geológico no faltan otros intereses petrológicos (bloques de diferentes tipologías de gneises y leucogranitos) y mineralógicos (asociados a mineralizaciones hidrotermales filonianas y metasomáticas de tipo skarn, que explotaron las cercanas minas del Tellado); que hacen que, aunque alejado de los itinerarios propuestos en el parque nacional, este lugar merezca una visita específica.
Para saber más… Bibliografía básica
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