Paraíso perdido. El Cega atraviesa la Tierra de Pinares
(extracto de Díez Herrero y Martín Duque, 2005; Las raíces del paisaje)
Desde su salida del macizo de Zarzuela, en Lastras de Cuéllar, hasta su confluencia con el arroyo Cerquilla, en las proximidades de Cuéllar, el río Cega ofrece uno de los tramos fluviales más singulares de toda la provincia de Segovia. Se trata de un valle fluvial de casi una veintena de kilómetros de longitud, con dirección general del sureste al noroeste, que se encaja de manera llamativa en la amplia llanura arenosa y forestal que constituye la Tierra de Pinares.
Durante ese recorrido, el río Cega ha excavado un valle estrecho (de 100 a 250 metros de anchura) y relativamente profundo (de 30 a 40 metros de altura media, llegando hasta cerca de 60 metros en el paraje Fuente Mangas). Dicha profundidad es superior al espesor que tiene el recubrimiento arenoso de la Tierra de Pinares, de manera que las rocas sedimentarias que se sitúan debajo de éstas (margas de edad Aragoniense, depositadas hace unos 15 millones de años) quedan al descubierto en la mitad inferior del valle. En definitiva, el valle tiene verdadera forma de cañón o garganta, pero con la diferencia de que está labrado sobre rocas sedimentarias, lo que es aún más singular.
La configuración geomorfológica de este singular tramo fluvial tiene unas implicaciones ecológicas también singulares. Ciertamente, la presencia de un valle estrecho y profundo, de orientación general sureste – noroeste, condiciona que la ladera izquierda del río (orientada hacia el noreste), permanezca casi siempre en umbría.
A ello hay que añadir que toda esta ladera izquierda constituye una zona de ‘descarga’ generalizada de aguas subterráneas, debido precisamente al encajamiento del río. Esa descarga se produce sobre todo en la superficie de contacto entre las arenas de la Tierra de Pinares (muy permeables) y las margas que se sitúan por debajo de éstas (poco permeables), que aparece más o menos a media ladera.
El esquema de funcionamiento es sencillo: el agua que precipita sobre la Tierra de Pinares se infiltra verticalmente en el extenso manto arenoso. Al llegar a los materiales situados por debajo se mueve en sentido horizontal, y sale al exterior de manera concentrada (en forma de manantiales) o dispersa (zonas de ‘rezume’) en aquellos lugares en que la topografía corta el contacto entre margas y arenas. A todo ello habría que añadir, a su vez, que las aguas subterráneas de toda la comarca ‘fluyen’ hacia el norte, y salen a superficie de manera importante en esta ladera.
La disponibilidad de abundante agua y el ambiente de sombra casi permanente hacen posible la aparición, sorprendente, de masas de pino silvestre o de Valsaín (Pinus sylvestris) y pino negral o laricio (Pinus nigra), que tienen aquí un carácter relíctico (comunidad que se encuentra aislada en una parte reducida respecto de su antigua área de distribución). No solo esto, sino que en las zonas inferiores de la ladera, próximas ya al cauce, aparecen especies típicas de “ambientes nemorales (cubierto de bosques, selvático) de bosques caducifolios, medios umbrosos, bordes de cursos de agua y pastos húmedos del pie de sierra o incluso de niveles altitudinales más elevados” (Allué y Ruiz del Castillo, 1992, p. 17). Un ejemplo es el avellano (Corylus avellana) y otras especies cuyo listado se puede encontrar en la publicación anteriormente referida. Por todo ello, sería éste un espacio merecedor de una estricta protección, y de acceso regulado.
La frondosidad del sotobosque de estas zonas inferiores de la ladera la hacen prácticamente impenetrable, a modo de pequeña –pero verdadera— jungla o selva. Ello debió condicionar que aquellos lugares en los que el río era más fácil de atravesar, o ‘vadearlo’, quedaran perfectamente identificados: Vado Guijarral, Vado Barcón, Vado Tiérrez, Vado de la Vaca, Vado Sancha…
Pero lo realmente excepcional de la vegetación de este entorno, desde un punto de vista botánico, es la aparición en el fondo del cañón de abedules (Betula alba) (véase de nuevo Allué y Ruiz del Castillo, 1992). Lo inusual del emplazamiento se debe a que, en la península Ibérica, los abedules son típicos de zonas de montaña (normalmente más frescas, húmedas y umbrías que el resto del territorio). Por ejemplo, en la provincia de Segovia los abedules sólo forman pequeños bosquetes en la Sierra de Ayllón. Si la presencia de estos árboles en plena ‘meseta’ es realmente singular (en un entorno cuyas precipitaciones rondan tan solo los 500 l/m2), sorprende también mucho saber que éstos no fueran identificados hasta principios de la década de 1980, y que no se describieran hasta principios del siguiente decenio, debido sin duda a lo impenetrable del fondo de este valle.
Otras observaciones geológicas y geomorfológicas
Además de observar el contacto entre las formaciones miocenas infrayacentes y las arenas cuaternarias de la Tierra de Pinares, y sus implicaciones hidrogeológicas (manantiales) y biológicas (comunidades vegetales y animales singulares), en el recorrido por la Senda de los Pescadores del río Cega en Cuéllar, se pueden observar otros elementos de índole geológica y geomorfológica, entre los que destacan:
- Movimientos del terreno: en ambas laderas del valle del río Cega, pero sobre todo en la vertiente de umbría, donde las surgencias son más continuas y caudalosas, se pueden observar infinidad de movimientos de ladera, como deslizamientos (sobre todo rotacionales simples), flujos (de tierras y barro), desprendimientos (vuelcos y caídas), reptación (creep) e incluso expansiones laterales. Estos fenómenos se ven condicionados por factores como: las litologías limo-arcillosas de la base de la ladera y arenosas a techo; las pendientes elevadas por la incisión fluvial en el valle, que llegan a la verticalidad y puntualmente con extraplomos; la presencia de aguas subterráneas y pequeños cursos de agua superficial que humedecen el suelo y subsuelo; los ciclos de hielo-deshielo en la ladera de umbría (margen izquierda del río Cega) y el periglaciarismo asociado; la vegetación arbórea y arbustiva y sus aparatos radiculares. Y entre los factores desencadenantes se encuentran: las precipitaciones intensas o persistentes; el zapado de la base de las laderas por el río Cega durante eventos de avenidas y crecidas. Como estos movimientos, tanto en las cabeceras, lenguas o pies, interfieren con infraestructuras antrópicas (camino, pasarelas, barandillas, puentes, tomas y conducciones de agua…) se han producido frecuentes daños y pérdidas y situaciones de riesgo. Lo que obliga a continuas obras de reparación, mantenimiento y reposición de la senda y sus infraestructuras (barandillas, tarimas, postes, etc.)
- Elementos geomorfológicos fluviales: en el cauce del río Cega y su llanura de inundación, que ocupa el fondo del valle, se pueden reconocer diferentes elementos y facetas geomorfológicas como barras arenosas (laterales, medias, longitudinales, transversales, oblicuas, semilunares de meandro, etc.), terrazas y terracetas, lóbulos de derrame, canales de crecida, curvas de meandro abandonadas, etc.
- Evidencias paleohidrológicas de avenidas: como el río Cega presenta frecuentes eventos de avenida súbita (no crecidas lentas), la altura de la lámina de agua y la velocidad de la corriente ha dejado evidencias de estos fenómenos en elementos naturales (depósitos de paleoinundación en las márgenes, líneas de limo, daños en vegetación, líneas de flotantes, acumulaciones de troncos, etc.) o artificiales (marcas de limo en las casetas y conducciones de tomas de agua, postes eléctricos, restos de molinos y edificaciones, etc.).
- Superficie arenosa de la Tierra de Pinares: fuera del propio valle del río Cega, y circundándolo en ambas orillas, se extiende una campiña arenosa con disposición de sediplano que es la superficie de la Tierra de Pinares, que en este sector está formado por mantos y láminas de arenas arcósicas, sin aparentes formas dunares, como aparecen en otros parajes más al Este. Se trata de arenas depositadas por corrientes fluviales procedentes de la Sierra de Guadarrama a lo largo del Cuaternario, que posteriormente fueron removilizadas por vientos del oeste en diferentes etapas, la última de las cuales en el Dryas reciente (hace unos 11.500 años antes del presente) dejó un extenso manto de arenas al pie de las cuestas y páramos del interfluvio Voltoya-Duratón. Actualmente esta superficie está cubierta por una masa de pino resinero (Pinus pinaster), que da nombre a la comarca.
Para saber más…
Allué, M. y Ruiz del Castillo, J. (1992). Betula alba L. en las proximidades de Cuéllar (Segovia). Investigación Agraria. Serie Sistemas y Recursos Forestales, 1(1), 9-19.
Díez, A. y Martín-Duque, J.F. (2005): Las raíces del paisaje. Condicionantes geológicos del territorio de Segovia. En: Abella Mardones, J.A.; Salinas, B. y Yoldi, L. (Coords.), Colección Hombre y Naturaleza, VII. Ed. Junta de Castilla y León, 464 pp.
Marcos, T, Marcos, J. y Yagüe, J.M. (2022). Sendas del Puente Segoviano. Tres ecosistemas interrelacionados. Red de Sendas de la comarca de Cuéllar. Ayuntamiento de Cuéllar, folleto (2 páginas) y paneles.