Desde el pasado sábado 6 de enero de 2018, el nombre de la localidad serrana de San Rafael ha inundado los medios de comunicación nacionales y ha copado la atención de todas las redes sociales, asociado al monumental atasco de vehículos producido en la AP-6 como consecuencia de la intensa nevada. En algunos medios se ha asociado el nombre de San Rafael con expresiones como «trampa mortal», «embudo al abismo», «punto negro vial» y otros calificativos y metáforas poco favorables para la imagen de esta población segoviana. Muy pocos medios han mostrado la belleza y singularidad de sus montes y pinares, sus elegantes residencias veraniegas de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, o sus arroyos y ríos de aguas cristalinas.
Porque San Rafael es mucho más que autopistas de peaje, la carretera nacional y los atascos en la nieve. San Rafael es, para los geólog@s segovian@s y aficionad@s a la minería y los minerales, un sinónimo de cuna de la minería decimonónica segoviana, compendio de lugares de interés geológico y lugar donde la geotecnia de túneles llegó a su culmen desde la década de 1960. Veamos algunos de sus valores a través de tres extractos de dos libros divulgativos de la geología y la minería segovianas, donde se ensalza lo que San Rafael ha supuesto para nuestra historia.
Las cabezas de San Rafael y la fiebre del wolfram
(extracto del libro «Las raíces del paisaje«, Díez-Herrero y Martín Duque, 2005)
La localidad serrana de San Rafael se encuentra situada en la margen izquierda del río Gudillos, rodeada por montes y cerros de alturas variables (entre 1.300 y 1.900 m), pertenecientes al sector occidental de la Sierra de Guadarrama. La morfología cupuliforme de algunos de estos montes, de cumbre redondeada, ha hecho que por similitud antropomórfica se utilice con profusión el topónimo ‘cabeza’ para denominarlos: Cabeza Renales, Cabeza Perdiguera, Cabeza Hermosa, Cabeza del Buey, Cabeza del Águila…
Tres de estos cerros (Cabeza Líjar, 1.824 msnm; Cabeza Reina, 1.479 msnm; y El Estepar, 1.346 msnm) contienen yacimientos minerales que han sido objeto de explotación intensiva durante los siglos XIX y XX, si bien ya aparecen citados entre los indicios minerales de cobre y estaño del Reino de Castilla en los siglos XV y XVI. En sus inmediaciones se han encontrado restos de escoriales posiblemente romanos, y se han descrito pozos con sección poligonal de reminiscencia árabe.
Vista aérea de ‘las cabezas’ de San Rafael. En primer término Cabeza Reina, con su característica forma redondeada; al fondo Cabeza Líjar; y a la derecha, la localidad espinariega de San Rafael. (Foto: A. Carrera)
La actividad minera decimonónica comenzó en la primera mitad del siglo, con la publicación del Real Decreto de 4 de julio de 1825, solicitándose numerosas concesiones entre 1840 y 1859. Durante este periodo se abrió la mina Reina, con un pozo de 30 m de profundidad y dos galerías, cerrada en 1866; y la mina San Quintín, con un pozo de 12,5 m de profundidad, cerrada en 1870.
Una segunda época de esplendor se relaciona con el trazado de la línea del ferrocarril Villalba-Segovia, que permitiría descubrir nuevos yacimientos y facilitar el acceso a otros. Este periodo se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando numerosos naturalistas e ingenieros de minas (Lucas Fernández Navarro, Muñoz del Castillo, Pedro Pérez…) visitan y describen las mineralizaciones, resaltando el carácter radioactivo de algunos de sus minerales. Las concesiones mineras se repartían en los tres cerros, con nombres como: Flor del Espinar (calicata Grande, calicata del Puente, trinchera del Túnel y filón San José), Demasía a Flor del Espinar, La Reina (pozo Torera), Sta. Rosa (calicatas Kilómetro 33 y La Caseta), Olga, Nieves (pozo Cacera y calicata del Cerrillo), El Porvenir y Luis, en el Grupo Cabeza Reina; Estepar (calicata Barrera del Toro), Estepar 2ª (pozo Ángel), Estepar 3ª (calicata del Wolfram) y Mariluz (pozo María), en el Grupo Estepar; y Mina Torio en la falda de Cabezo Líjar. Además había concesiones en la cuenca alta del río Moros (La Nevada) y en el alto Gudillos, cerca del Puerto, ambas propiedad de Tomás Llorente. Incluso llegó a haber un taller-molino de mineral aprovechando la fuerza motriz del río Gudillos, del cual aún se conservan restos de los muros.
El tercer y último periodo de explotación abarca toda la postguerra civil española y se prolonga hasta la década de 1960, aprovechando la demanda y elevados precios del wolframio para la industria armamentística europea durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Podríamos decir que San Rafael vivió, aunque de forma más atenuada que Galicia, Zamora, Salamanca y Extremadura, su propia “fiebre del wolfram”. En esta época destaca el papel de prospección y explotación de la familia Criado, quienes reabren yacimientos antiguos e inician nuevas explotaciones en Cabeza Reina, El Estepar y Cabeza Líjar (Mina Primera, Guadarrama), y en otras localidades segovianas como Arcones (Huerta-Sanchopedro) en el arroyo de la Calzada-Valdemaillo, Prádena, La Rades, etc.
La mayor parte de las explotaciones decimonónicas beneficiaban el cobre contenido en calcopiritas, calcosinas y otros sulfuros presentes en filones de cuarzo que formaban parte de un haz filoniano general de dirección NO-SE e inclinación respecto a la horizontal (buzamiento) de 60º hacia el SO. Se trata de yacimientos hidrotermales característicos, esto es, formados por la circulación, a través de grietas en las rocas graníticas, de fluidos acuosos (hidro-) a altísimas temperaturas (-termales) y presiones, cargados de sílice y metales (cobre, estaño, zinc, hierro, wolframio, molibdeno, bismuto, uranio…). Cuando los fluidos se enfrían al aproximarse por las grietas a la superficie del terreno, los compuestos que transportan cristalizan o precipitan, dando lugar a los conocidos filones de cuarzo mineralizados con calcopirita, pirita, blenda, casiterita, wolframita, molibdenita, bismutina, torbernita, calcosina, covellina, malaquita, goethita, etc.
Por la naturaleza y temperatura a la que circularon los fluidos hidrotermales por las fisuras de las rocas de San Rafael (hace unos 300 millones de años), podemos distinguir dos tipos de yacimientos: mineralizaciones de temperatura media-alta, que dan lugar a filones con wolframita (+ casiterita + molibdenita) y sulfuros de Cu-Sn-Zn, como los explotados en Cabeza Líjar; y mineralizaciones de temperatura media, que dan lugar a filones con sulfuros de Cu-Sn-Zn, como los explotados en El Estepar. En Cabeza Reina se combinan ambos tipos de mineralizaciones, predominando los filones con wolframita en el sector oriental (pozos Cacera y Torera) y los que contienen sulfuros metálicos en el occidental (Sta. Rosa).
GREGORIO CRIADO, EL ÚLTIMO MINERO SEGOVIANO
La imagen tópica del minero que desarrolla su trabajo bajo tierra desapareció del panorama provincial hace varias décadas. Hoy en día, la práctica totalidad de la actividad minera se realiza a cielo abierto, con lo que los carbureros, entibados, pozos, galerías, carriles y vagonetas han pasado a ser obras de arqueología industrial.
Afortunadamente aún contamos [contábamos en 2005] con los testimonios de algunos de los últimos emprendedores y trabajadores de esa minería subterránea. Entre ellos destaca la apasionante vida de D. Gregorio Criado de Gracia, miembro de una saga familiar de prospectores y explotadores de recursos minerales.
La relación de ‘Goyo’ con la minería se remonta a la temprana edad de 11 años, cuando recolectando berceos con su padre (Alberto) en San Rafael, tuvo ocasión de encontrar una pieza de ‘wolfram’ (wolframita). Corría el año 1943 cuando procedieron a la denuncia y apertura de su primera mina, llamada ‘El Carmen’ en honor a su hermana mayor, ubicada en el cerro de Cabeza Reina. Hasta 1945 fueron años de intensa actividad, tanto de extracción y transformación del mineral (machaqueo y lavado), como de ‘blanqueo’ de grandes lotes de mineral enviados de estraperlo desde minas salmantinas para aprovechar los permisos de extracción y transporte no cubiertos por las minas segovianas. Las potencias involucradas en la Segunda Guerra Mundial (principalmente Alemania e Inglaterra) demandaban grandes cantidades de wolframio para los aceros de los blindajes y piezas de armamento, y el alto precio del metal permitía mantener una plantilla de hasta 120 trabajadores en la mina El Carmen. Los cargamentos de mineral eran pagados en especie, mediante el envío de camiones, que posteriormente eran adquiridos por el Estado, evitando así que se considerara como venta de recursos estratégicos a países en guerra.
Con la finalización de la Guerra y el descenso del precio del mineral, nuestro protagonista vuelve a su trabajo de recogida y acarreo de leña, hasta que de nuevo la casualidad (al arrancar un tocón o ‘tea’) le hace toparse en el monte con un nuevo yacimiento, esta vez en Cabeza Líjar. El aumento de los precios asociado a las guerras en Oriente Próximo les permitió abrir entre 1950 y 1959 una nueva mina de wolfram en la vertiente madrileña del monte (denominada ‘San Gregorio’), y que contaría con un pozo de más de 50 m y varios niveles de galerías, donde trabajaron ex-convictos de las obras del Valle de los Caídos.
Durante este tiempo además realizaron reconocimientos de las antiguas labores mineras espinariegas del siglo XIX, y la prospección de nuevos indicios en el piedemonte serrano. El auge de los precios del estaño llevó a la búsqueda y explotación de nuevos yacimientos en las proximidades del Puerto de Somosierra (término de Casla; años 1954-55), Prádena y Huerta (Arcones; 1955-1957). Después de múltiples campañas de exploración por bateo en ambas vertientes de la Sierra, localizando concentraciones minerales en Galapagar, Torrelodones, Hoyo de Manzanares, etc., y de trabajar como barrenista en el primer túnel del Guadarrama, Gregorio Criado termina por adquirir en 1966 la mina de wolfram de Navalcubilla (mina Vitoria, luego San Justo y Pastor) en Otero de Herreros, donde desarrollaría una intensa actividad hasta el año 1973, cuando la vendió y abandonó definitivamente las labores mineras.
Sin embargo, aún se reconocen en su forma de hablar y contar su trayectoria vital, esas ansias por seguir buscando y reabriendo viejos yacimientos. Una frase suya resume su espíritu emprendedor: “…si hoy me tocara la Bonoloto, reabriría la mina de Arcones…”.
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NOTA: En la actualidad, Javier García Criado (geólogo, nieto de Gregorio Criado, el último minero de San Rafael) y Rodrigo Díez Marcelo, se encuentran desarrollando una intensa investigación sobre la minería histórica de San Rafael que, esperemos, desemboque en la publicación de sus resultados. Recientemente, la viuda de Gregorio, la Sra. Victoria Navas y su hija Lucía, han donado una lámpara de carburo minera y un cedazo para tamizar wolfram molido, para ser expuesto en el Museo municipal de minerales, rocas y fósiles de Valseca.
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Piedras hasta sobre nuestras cabezas: túneles del Guadarrama
(extracto del libro «Guía de Piedras de la Sierra de Guadarrama«, Sacristán, Díez-Herrero y Carrera, 2016; Ediciones La Librería)
… hay lugares en los que incluso tenemos piedras hasta sobre nuestras cabezas: los túneles excavados en las laderas de la sierra, que atraviesan las rocas del subsuelo, para facilitar el tránsito de vías de comunicación (ferrocarril convencional, autopistas o tren de alta velocidad).
Aunque lamentablemente los túneles del Guadarrama tuvieron que ser revestidos o cubiertos, de forma que cuando se circula por ellos no se pueden observar las rocas que forman las paredes y bóveda, sí que fueron en el momento de ser excavados una oportunidad única para los geólogos e ingenieros para estudiar la disposición de las piedras del Guadarrama en profundidad. Hagamos un recorrido por los seis principales túneles kilométricos que hay en la sierra, para conocer qué piedras tenemos sobre nuestras cabezas cuando circulamos por ellos en tren o vehículos a motor.
Desde el punto de vista de las piedras en las que están excavados, los seis túneles importantes que tiene el Guadarrama (hay otra media docena de túneles menores), pueden agruparse en dos conjuntos: los túneles del sector occidental, que conectan el valle del río Guadarrama y sus afluentes con el valle del río Gudillos (San Rafael), bajo el Alto del León; y los nuevos túneles para la línea del tren de alta velocidad entre Madrid y Segovia, que pasa bajo el macizo de Peñalara.
El primer conjunto, formado por el túnel del ferrocarril de ancho convencional de la línea Villalba-Segovia, llamado túnel de Tablada (excavado a finales del siglo XIX) y por los tres túneles de la autopista AP-6 (Villalba-Adanero, excavados en la segunda mitad del siglo XX), son muy monótonos desde el punto de vista geológico, ya que las únicas piedras que atraviesan son diferentes tipos de granitoides, fundamentalmente monzogranitos (antiguamente llamados adamellitas) con cordierita y abundantes enclaves microgranulares (tipo Alpedrete). Las únicas variaciones de las piedras a lo largo del túnel son diferentes texturas y estructuras en los monzogranitos y, sobre todo, el efecto de las fallas NO-SE, que trituraron las rocas (convirtiéndolas en auténtico jabre) y ocasionaron numerosos problemas en la excavación del túnel.
Fragmento del mapa geológico a escala 1:50.000 de la hoja de Cercedilla (508; ITGE, 1991), en el que se aprecian con diferentes colores y texturas los distintos tipos de granitoides que se ubican en las proximidades del alto del León (o puerto de Guadarrama), en el centro de la imagen. Como se puede apreciar, las trazas en profundidad de los cuatro túneles, tren de ancho convencional (en verde) y tres de la autopista AP-6 (Guadarrama I en blanco; Guadarrama II en amarillo; y Guadarrama III en azul), discurren únicamente por la litología de tonos rosados numerada como 9 (monzogranitos con cordierita y abundantes enclaves microgranulares. Tipo Alpedrete).